La celebración del día de la revolución, que antes convocaba a miles de trabajadores, estudiantes y
diversas agrupaciones de la sociedad civil, ha ido perdiendo relevancia. Los sindicatos pactaron con
los empresarios nacionales y extranjeros, los sucesivos gobiernos de la contrarrevolución dejaron de
invertir en educación pública, y las organizaciones populares poco a poco se volvieron dependientes
del patrocinio internacional.
Lo que hoy tenemos, ya no merece llamarse celebración, porque en realidad es un lamento:
prácticamente todos los logros obtenidos durante ésos diez años que duró el gobierno de la revolución,
están actualmente en peligro: el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social, bajo ataque jurídico
desde el congreso, la universidad, usurpada por una mafia alimentada por la corrupción, los derechos
de los trabajadores, perdieron vigencia bajo el actual sistema de contrataciones temporales y las
iniciativas de ley que buscan establecer áreas francas, para que los patronos puedan explotar a los
trabajadores sin cumplir con ningún tipo de prestaciones; además, el voto universal, se ha convertido
en una farsa, toda vez que las elecciones se manipulan por medios electrónicos.
Hoy no tenemos nada que celebrar, sino hartos motivos para mostrar indignación. Pero ya ni a eso
llegamos, la mayoría de guatemaltecos hoy estámos más preocupados por sobrevivir el día a día, que
en organizarnos para exigir nuestros derechos. Pero no podemos culparnos; esto se debe al miedo. Un
miedo instalado por la extrema violencia con que se reprimió a todo el pueblo organizado durante la
revolución: sindicalistas secuestrados, organizaciones de campesinos que fueron asesinados,
asociaciones estudiantiles. Y todo aquél que se opusiera al gobierno de los traidores que no hicieron
otra cosa que entregar a empresas y gobiernos extranjeros la riqueza de nuestro país. Más de medio
millón de guatemaltecos desaparecidos, torturados, asesinados.
Por eso es que muchos hoy prefieren guardar silencio, porque hemos sobrevivido dolorosamente al
exterminio. Y cualquiera que alce la voz es señalado de resentido, traidor o contrario al bienestar
nacional.
Pero ya no estamos en tiempos de Jorge Ubico. Hoy estamos atravesando una crisis económica sin
precedentes, que continuará agudizándose, y lo mejor que podemos hacer, en vez de absurdos
señalamientos, es organizarnos y traer a la memoria el plan revolucionario. Recordar que ha sido el
mejor intento de modernización que hubo en Guatemala.
Pensar en que la única manera de salir del subdesarrollo, es contar con una economía industrializada,
que no esté en manos de unas pocas familias, un sistema tributario equitativo, educación gratuita y
científica para todos, sistema de salud público y digno.
Obviamente, estas son cuestiones de fondo, que resultan incómodas para todos los beneficiarios del
sistema injusto que vivimos: la oligarquia guatemalteca, en primer lugar, porque están acostumbrados
a manejar las leyes a su favor, no pagar impuestos y mantener así el monopolio. Pero también los
funcionarios incompetentes que se llenan los bolsillos mediante concesiones y contratos
sobrevalorados, los militares y policías involucrados en el crimen organizado, como narcotraficantes y
extorsionistas.
¡Por una Guatemala próspera y digna!¡Viva la revolución